AMADOR es un crítico de teatro que regresa a casa después asistir por enésima vez a una mala representación teatral. Ya lo ha decidido, nunca más va a volver al teatro y nunca más va a volver a hacer críticas y reseñas de obras. No más Ibsen, no más Brecht o Shakespeare. Prefiere tener un cáncer, o morir, antes de volver a ver una representación más. El teatro para él ya no tiene ninguna conexión con la realidad. El verdadero drama está en todas partes menos en el escenario.
En un largo monólogo Amador descarga toda su indignación y hartazgo sobre el teatro contemporáneo: un teatro de imitación que nada tiene que ver con la “vida real”. Un teatro muerto, vacío, hecho por guetos, por mafias, por maniquíes, por principiantes, por payasos AL y A cien... sin ninguna reflexión frente al hecho escénico. El teatro visto como un cadáver exquisito que nadie se atreve a enterrar.
Su mujer y su hijo Peter, también presentes en escena intentan interrumpirle sin ningún resultado. Amador continúa con su cantaleta monótona, se basa en la realidad que él observa a través de historias y sucesos que lee en los periódicos, que escucha en la radio, que ve en la televisión y en la calle.
Mientras tanto, el drama de su mujer y su hijo toman lugar justo ante sus ojos. El crítico no ve nada de lo que sucede a su lado, no ve la realidad que acontece justo a su alrededor. Ha decidido renunciar a su oficio de crítico y finalmente toma la decisión de llamar por teléfono a su editor jefe para comunicárselo.